Polo cremoso de cheesecake y fresas (en moldes Lékué)

Esta semana fui la primera en llegar al “café” semanal —sí, así entre comillas, porque decimos: café, aunque la mitad de las veces, no bebemos café— por tal honor, elegí yo las bebidas —mi prudencia me impide dejar por escrito lo que le pedí al camarero—.
Con la buena temperatura que disfrutamos, me quede en la terraza, tras mis gafas de sol y con la iPad en las manos, hacía que leía, pero la verdad es que no dejaba de prestar atención a lo que sucedía a mi alrededor (como siempre).
En la mesa de al lado, a una mujer de veintitantos —pero que había dejado la treintena hacia, al menos, dos décadas—, le preguntaba su acompañante si podía serle sincero, automáticamente noté como se erguía y se ponía de guardia (se avecina una escenita —pensé—). “Hay que evitar cruzar algunos puentes; no por orgullo, incapacidad o arrogancia, sino porque ya no llevan a ninguna parte” le dijo él mientras se levantaba y dejaba un billete de cincuenta en la mesa.
El camarero notando la incomodidad, se acercó a ella y le preguntó si quería algo más. Ella le miró y le respondió: "Querría coger una maleta y conducir hasta aburrirme, visitar los bares que no cierran nunca, las calles que siempre están abiertas y los rincones donde hasta respirar es arriesgado"."De eso ya no queda"."Tendré que conformarme con compartir cama con Schrödinger —si es que le apetece—"."¿Uno de sus libros o de sus conocidos?"."Mi gato, que sí está vivo, pero no siempre por la labor".

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